Tercer aniversario de una muerte en Guantánamo
31 de mayo de 2010
Andy Worthington
Traducido del inglés para El Mundo no Puede Esperar 15 de septiembre de 2023
Hace exactamente tres años, recién terminado el manuscrito de mi libro The Guantánamo Files, empecé a trabajar a tiempo completo como periodista independiente. Mi
inspiración fue la muerte en Guantánamo de un preso saudí de 34 años, Abdul
Rahman al-Amri, que falleció, al parecer suicidándose, el 30 de mayo de 2007.
En el curso de mi investigación, había elaborado perfiles de la mayoría de los
presos de Guantánamo y, cuando murió al-Amri, pensé que merecía la pena señalar
algunos datos sobre su historia, tal y como revelaban los documentos que el
Pentágono había
hecho públicos.
Me puse en contacto con algunos medios de comunicación reputados para contarles esta historia, pero
como no mostraron interés, decidí escribir un artículo y publicarlo
en mi blog, que hasta entonces sólo había utilizado para dar a conocer mis
dos primeros libros, Stonehenge: Celebration and Subversion y The Battle of the Beanfield, y para publicar una
reseña de Torture and Truth, de Mark Danner (sobre Abu Ghraib), que había
escrito para el sitio web Nth
Position en 2006, y que me sirvió de inspiración para empezar a investigar
y escribir sobre Guantánamo.
Ese primer día visitaron mi página 104 personas, pero una vez que empecé a responder a las
noticias que surgían de Guantánamo me resultó imposible parar. Ahora recibo
casi 8.000 visitas diarias a la página, y me gustaría dar las gracias a todos
los que han empezado a seguir mi trabajo en los últimos tres años. Sin embargo,
cada año, el 31 de mayo, recuerdo cómo fue la muerte de Abdul Rahman al-Amri -y
la falta de interés general de los medios de comunicación dominantes por su
historia- lo que me impulsó a empezar a escribir artículos sobre Guantánamo
casi a diario (aquí
hay cinco listas cronológicas, con enlaces, que abarcan el periodo de mayo
de 2007 a diciembre de 2009), y cada año conmemoro su fallecimiento.
Sé poco sobre él más allá de lo que me ha facilitado el Pentágono, ya que no estaba representado por
un abogado, e incluso mis conversaciones con antiguos presos me han
proporcionado poca información. Omar Deghayes recordaba a un hombre devoto que
se sentía profundamente perturbado por los tipos de humillación que se
utilizaron con él en Guantánamo, pero el resto es sólo lo que el Pentágono o el
propio al-Amri facilitaron. Reconocido combatiente de los talibanes contra la
Alianza del Norte, afirmó que no tenía intención de luchar contra los
estadounidenses. En su juicio en Guantánamo en 2004, señaló que "los
estadounidenses le adiestraron durante periodos de su servicio" con el
ejército saudita, e insistió en que, "si su deseo hubiera sido luchar y
matar a estadounidenses, podría haberlo hecho mientras estaba codo con codo con
ellos en Arabia Saudita. Su intención era ir a luchar por una causa en la que
creía como musulmán hacia la yihad, no ir a luchar contra los estadounidenses."
En su última revisión, en junio de 2006, se incluyó la siguiente declaración en "Factores a favor
de la puesta en libertad o el traslado":
Cuando se le preguntó por los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y la devastación que causaron los atentados del
World Trade Center, el detenido se mostró muy disgustado por el hecho de que
murieran tantos civiles. El detenido cree que, como combatiente, es injusto
matar a civiles. Si alguien se le acercara con un arma, el detenido lucharía,
pero no mataría a ningún civil o persona desarmada. El detenido fue a luchar
por la yihad porque es el deber de todo buen musulmán.
A pesar de ello, el ejército estadounidense respondió a su muerte con ridículas acusaciones sobre
sus supuestas actividades en Afganistán, que no sólo carecían de sentido, sino
que los revelaban como poco menos que insensibles. Como
expliqué hace tres años:
En un comunicado ... el Mando Sur de Estados Unidos afirmó: "Durante su tiempo como combatiente extranjero en
Afganistán, se convirtió en un operativo de Al Qaeda de nivel medio con
vínculos directos con miembros de alto nivel, incluidas reuniones con Osama bin
Laden. Entre sus asociaciones figuraban guardaespaldas (de Bin Laden) y
reclutadores de Al Qaeda. También dirigía pisos francos de Al Qaeda". No
se ha explicado cómo fue posible que al-Amri, que llegó a Afganistán en
septiembre de 2001, se convirtiera en un "operativo de nivel medio de
al-Qaeda" que "dirigía pisos francos de al-Qaeda" en los tres
meses anteriores a su captura en diciembre, ni es probable que se dé una
explicación. Mucho más probable es que estas acusaciones las hicieran otros
presos, bien en Guantánamo, donde se ha recurrido ampliamente al soborno y la
coacción, bien en las prisiones secretas de la CIA. En ambas, a los presos se
les mostraba regularmente un "álbum familiar" de presos de
Guantánamo, y se les animaba -mediante la violencia o la promesa de un trato
mejor- a que presentaran alegaciones contra los que aparecían en las fotos,
que, por espurias que fueran, se trataban posteriormente como "pruebas".
Como resultado de estas acusaciones -y debido a que era un
huelguista de hambre de larga duración, cuyo peso descendió, en un momento
dado, a sólo 88 libras- al-Amri fue recluido en el Campo V de máxima seguridad,
reservado para lo que un portavoz militar describió como los "reclusos
menos obedientes y de mayor 'valor'." Nunca se ha explicado adecuadamente
cómo consiguió suicidarse en un bloque en el que las celdas estaban
constantemente vigiladas y, que yo sepa, la única explicación sobre las
circunstancias de su muerte que han dado las autoridades se produjo en
octubre de 2007, cuando el capitán de la Marina Patrick McCarthy, abogado
principal del equipo directivo de Guantánamo, declaró que al-Amri se había
fabricado "una especie de soga" para suicidarse.
Tal vez sea así, aunque llamó la atención que, el 10 de junio de 2007, después de que el cadáver
de al-Amri fuera devuelto a Arabia Saudita, la organización de derechos humanos
Alkarama
informara de que su hermano declaró que su cuerpo "no presentaba
ningún rastro que llevara a la conclusión de un suicidio". Alkarama
también informó de que "el portavoz del Ministerio del Interior saudita,
el general Mansour Al-Turki, declaró que un comité médico especial realizaría
una autopsia" y que "a continuación se enviaría un informe a las
autoridades estadounidenses."
A pesar de esta promesa, nunca ha aparecido ningún informe, y los interrogantes sobre la muerte
de Abdul Rahman al-Amri persisten. Con la esperanza de mantener viva su
historia, en los próximos nueve días informaré sobre otras cuatro muertes
ocurridas en Guantánamo, que tampoco se han tratado adecuadamente. La primera
es la de Muhammad Salih, yemení que murió
el 2 de junio del año pasado, al parecer suicidándose, y las otras tres
-Salah Ahmed al-Salami, yemení, Mani Shaman al-Utaybi, saudí, y Yasser Talal
al-Zahrani, también saudí- murieron el 9 de junio de 2006.
Todos ellos, como Abdul Rahman al-Amri, llevaban mucho tiempo en huelga de hambre y murieron en
circunstancias que plantean más preguntas que respuestas. En el caso
de Muhammad Salih, a pesar de gozar aparentemente de buena salud mental,
fue trasladado a una unidad psiquiátrica de seguridad varios meses antes de su
muerte, donde al parecer falleció, a pesar de que estas unidades están
diseñadas para impedir todo acceso a cualquier objeto que pueda utilizarse para
suicidarse, y en los casos de los tres hombres que murieron en junio de 2006,
las afirmaciones de las autoridades de que se ahorcaron simultáneamente como
parte de un pacto suicida quedaron desvirtuadas en enero de este año en un
artículo profundamente inquietante publicado en Harper's
Magazine, del que hablé aquí.
En el artículo, Scott Horton se sumaba a las dudas sobre la versión oficial que habían sido expuestas
en un
estudio sobre la muerte de los hombres realizado por investigadores de la
Facultad de Derecho de Seton Hall, en Nueva Jersey (y véase aquí
un informe de seguimiento de febrero de este año). El artículo de Horton se basaba
en los relatos de varios testigos oculares militares, que ofrecían
explicaciones convincentes de por qué la historia oficial era un encubrimiento,
y también explicaba que, en la noche de la muerte de los hombres, podía
establecerse una cronología factible que implicaba que los hombres fueran
transportados fuera de las instalaciones a una prisión secreta situada fuera de
la valla perimetral, donde fueron sometidos a torturas que, accidentalmente o
no, condujeron a sus muertes.
A pesar de su gravedad, los principales medios de comunicación estadounidenses pasaron por
alto casi por completo esta historia, por lo que espero que revivirla en este
momento concreto no sólo impulse las peticiones de una investigación
exhaustiva, sino que también permita que se planteen preguntas sobre las
muertes de Muhammad Salih y Abdul Rahman al-Amri.
Estén atentos a este espacio y, si tienen un momento hoy, piensen en Abdul Rahman al-Amri.
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